Las pirámides de Egipto comenzaban a tomar forma. Stonenghe esperaba a sus ingenieros para su construcción. Mientras tanto, en el sur de la península ibérica, concretamente en la inmensa llanura antequerana que se eleva 600 metros sobre el nivel del mar, junto al gran peñón de rasgos humanos o “Peñón de los Enamorados”, se construía la obra megalítica más colosal que hasta entonces había conocido la Humanidad.
A modo de introducción:
Durante los tres últimos años he volcado mis esfuerzos en profundizar en unos vestigios arqueológicos que están considerados los más importantes de Europa en su género pero que, injustamente, han sido olvidados por la mayoría de los investigadores en cuanto han estudiado dichas construcciones individualmente, sin conectarlas con el marco en que se desarrollan ni con las culturas que pocos años después y/o contemporáneamente surgieron en otras muy distantes zonas de nuestro, ahora, pequeño planeta. Resultaría irrisorio para el lector comprobar la falta de documentación que sobre éstas tres obras maestras de la Humanidad existen en las universidades y librerías. Las conclusiones que voy a aportar son provisionales pero objetivas y son el fruto de una paulatina recopilación de datos y mediciones «in-situ» pero también de un penoso trabajo de biblioteca. Pido al lector entienda que la tesis que presento se ha realizado con las limitaciones propias de un aficionado a la arqueología. Creo sinceramente que estos monumentos megalíticos esconden en sus entrañas una sabiduría rodeada de misterio que merecen la pena escrutar.

Prehistoria ó Megahistoria:
Las pirámides de Egipto comenzaban a tomar forma. Stonenghe esperaba a sus ingenieros para su construcción. Mientras tanto, en el sur de la península ibérica, concretamente en la inmensa llanura antequerana que se eleva 600 metros sobre el nivel del mar, junto al gran peñón de rasgos humanos o “Peñón de los Enamorados”, se construía la obra megalítica más colosal que hasta entonces había conocido la Humanidad. Hace más de 5000 años que un reducido grupo de obreros, con la sola ayuda de sus propios brazos, erigieron el dolmen de Menga. Siglos después, como siguiendo ritual marcado por las estrellas, surgían los dólmenes de Viera y del Romeral. ¿Pero que relación existe entre ellos y qué motivó a un rústico pueblo a erigir tan colosales construcciones?

Datación de las pirámides egipcias:
Muy posiblemente el lector haya querido matizar la antigüedad de los monumentos egipcios al comenzar a leer el presente trabajo. Si bien es cierto que los arqueólogos datan con total precisión la construcción de las principales pirámides alrededor del 2.500 AC, no lo es menos que ciertas peculiaridades la situarían miles de años antes. Hemos de considerar recientes investigaciones que aportan un emplazamiento sistemático de las pirámides de Gizeh y la Esfinge atendiendo a la posición de las constelaciones de Orión y Leo. Se trataría de un esquema estelar trasladado a las áridas tierras africanas. Las simulaciones realizadas por ordenador sitúan dicha concordancia entre los años 10.970 y 8.810 AC, detalle inequívoco de que, al menos las tres grandes pirámides, fueron concebidas en aquellas fechas, pero no por ello construidas. No hemos de olvidar otros aspectos astronómicos que sí coincidirían con la datación que los arqueólogos toman como válida: la situación de los pozos y pasadizos que surgen de las llamadas Cámara del Rey y Cámara de la Reina. El primero está orientado al Norte, mientras que el segundo hacia el Sur. Sólo en la época correspondiente al 2.500 AC, los cuatro pozos estaban perfectamente alineados con el tránsito por el meridiano de cuatro estrellas conocidas por su gran importancia para los antiguos egipcios: Beta de la Osa Menor, Alfa del Can Mayor, Alfa del Dragón y Theta de Orión. Los estudios minuciosos realizados por diversos autores valoran la última hipótesis para la datación de las tres pirámides pero mantienen que todo aquel compendio de ingeniería, fue concebido casi 6.000 años antes.
Datación de los dólmenes de Antequera:
Lamentablemente las investigaciones sobre los tres megalitos de la comarca antequerana, Menga, La Viera y El Romeral, se han limitado a seguir los procedimientos típicos para establecer su antigüedad, obviando el posible carácter astronómico de las construcciones y considerando exclusivamente la finalidad funeraria. Este último punto es muy discutible, ante mi entender, como trataremos más adelante. Para ello, los autores, han seguido los métodos de la estratigrafía(2) y la seriación(1). Sin embargo, otros más exactos como el Carbono 14, la termoluminiscencia(3), Potasio Argón o la serie de Uranio, no han podido ser evaluadas al no hallarse, en las dos más antiguas, restos que permitan éste tipo de analítica.
Recientes investigaciones con el empleo del C14 en muestras del suelo, le dan una antigüedad considerablemente superior, el año 4.000 AC, es decir, hace más de 6.000 años.
El problema más inquietante y complejo es su posición cronológica ya que las representaciones rupestres halladas son establecidas mediante comparaciones con los elementos que integran el arte mueble. Sirva el siguiente ejemplo: supongamos que dentro de 5.000 años se investigan los restos de una casa andaluza. Los arqueólogos encuentran un ordenador que corresponde se fabricó en el año 2.000 por comparación con otros hallazgos similares. Junto a esos restos hay un cuadro. Automáticamente será datado como de la misma fecha, es decir, del año 2.000, aunque en realidad se trataba de una reliquia del siglo II que perteneció a los miembros de esa casa. En éste ladino ejemplo existe ya un error de datación de 1800 años. Trasladémonos de nuevo a la cueva de Menga. El enclave ha sido utilizado, hasta hace pocos años, como refugio de pastores y sus ganados. Mucho antes lo fue por distintas culturas. Las teorías de los arqueólogos suponen que se trató de una tumba colectiva, pero no se hallaron restos humanos enterrados en ella, si bien es posible, como veremos más adelante, que fueran saqueadas. Actualmente se da por válido el hecho de que la cueva de Menga fue construida entre el 3.000 y el 2.500 a.C. Sin embargo, recientes investigaciones con el empleo del C14 en muestras del suelo, le dan una antigüedad considerablemente superior, el año 4.000 AC, es decir, hace más de 6.000 años.
El origen de los dólmenes:
Con la cultura neolítica surge una nueva espiritualidad que modifica la visión que el hombre tiene de su propio universo. Las creencias del hombre agricultor tiene que ver con los elementos de la naturaleza: lluvia, sol, viento, tierra, de los que depende para garantizar su subsistencia. Estas nuevas convicciones se materializan en la construcción de megalitos, un modo de expresar las primeras manifestaciones religiosas y plasmar la idea del renacimiento eterno.

Los menhires actúan como mediadores entre el hombre y las fuerzas poderosas del Cosmos. Son elementos simbólicos permanentes, que el hombre erige con una voluntad expresa de eternidad. Stonehenge y Menga, están orientado hacia el solsticio de verano. Los rayos de sol, en el último caso, inciden contra la profundidad de su cámara tras atravesar más de 20 metros de recorrido; y sobre todo, al impresionante rostro humanoide del denominado desde sel siglo X “Peñón de los Enamorados”. Aún así, los arqueólogos señalan un origen tradicionista a la construcción de éstos megalitos, esto es, los consideran una vuelta intuitiva a las cavernas, lugar de refugio durante milenios del hombre primitivo. Sin embargo, tras un largo periodo de investigación del terreno y meditación, puedo concluir que, en los casos que estudiaremos dejan de tener sentido. El presunto «culto a las cuevas» se pudo haber mantenido sin necesidad de construir simulacros artificiales de tan laborioso esfuerzo.
A varios kilómetros de distancia encontramos cuevas naturales algunas de las cuales fueron utilizadas por culturas prehistóricas como la de la Pileta (Benaoján), la de Nerja, la de Doña Trinidad (Ardales) o Cueva Navarro (Cala del Moral), sin mencionar todas las que encontramos en la provincia de Almería. E incluso a pocos metros de allí, en las cercanías del dolmen de “El Romeral”, encontramos abrigos profusamente decorados con un rico arte prehistórico. Aún así, otras ni tan siquiera fueron disfrutadas pese a que se localizaban más cerca.
Nueva visión de la «cueva» de Menga:
La Cueva de Menga es la más antigua de las tres. En una de mis últimas visitas al lugar me sorprendió el comentario de un viajero: «yo he estado en Egipto pero aquellas piedras con las que construyeron las pirámides si bien colosales, eran relativamente manejables. Estas, la de Menga, son descomunales e increíblemente desproporcionadas para ser trasladadas y siendo aún más antiguas». Efectivamente, una de las losas que forman la techumbre pesa un mínimo de 180 toneladas. Dicho cálculo se ha efectuado midiendo sus proporciones (6 metros de longitud y 7 metros de lado). Es decir, éste solo bloque tiene una superficie de 42 m2. En total existe un mínimo de 33 bloques pétreos, 7 de ellos de similares e ingentes características. Se supone proceden del Cerro de la Cruz, uno de los lugares más altos, visible desde cualquier lugar de la ciudad pero situado a más de tres kilómetros del lugar y de acceso penosamente escarpado. La tracción animal no era posiblemente dominada por lo cual se cree fueron trasladadas mediante el empleo de grandes troncos de madera y gran cantidad de energía humana. Pero algo no encaja. Si observamos con detenimiento cada uno de los bloques comprobaremos la relativa perfección de sus bordes. No parecen haber sido golpeados o erosionados por el largo traslado. Además, la mayoría de estos bloques son de una terminación exquisita que llegan prácticamente a encajar los unos con los otros. Si a ello unimos el que no se ha demostrado la existencia de un asentamiento humano de consideración en aquellos parajes y en aquellos tiempos, surgen ciertas preguntas que intentaremos responder más adelante. ¿Por qué se molestaron aquellos hombres en construir una «tumba» en un lugar deshabitado, utilizando piedras pesadas, no manejables, descomunales?

El monumento de Menga, está orientado al Sur-Este. Como hemos dicho, aún en nuestros días los rayos del solsticio penetran hasta el fondo de la «cueva», iluminándola hasta en sus más recónditos espacios. La longitud de éste monumentos es difícil de calcular dada la desaparición de algunos de los componentes de la entrada original. Toda ella se encuentra en la actualidad cubierta por un cúmulo de tierra y piedras de un diámetro de 50 metros y que actualmente tiene una altura de aproximadamente 12 metros. Recientes excavaciones en dicho túmulo de arena y arcilla, se han hallado restos humanos: En la primavera de 2005 se realizó en el dolmen de Menga una intervención arqueológica de tres meses de duración que permanece inédita. Pero sabemos que en él se dan a conocer los resultados del estudio bioarqueológico y de datación radiocarbónica de dos inhumaciones encontradas en el atrio del dolmen durante esa intervención. Los datos obtenidos demuestran que se trata de dos inhumaciones de individuos adultos masculinos realizadas en la segunda mitad del primer milenio DNE, lo que sugiere la probable continuidad de la frecuentación y uso del megalito, quizás como espacio sagrado, en plena Edad Media. Esta información es interpretada en clave de la complejidad y profundidad de la biografía de Menga como monumento. Así mismo, tal como se recogen en otras investigaciones de finales de los ochenta, también fueron halladas entonces, varias inhumaciones de la época romana lo cual a su vez abunda en la complejidad y profundidad de la biografía del magno megalito antequerano.
En la primera foto del artículo podemos ver el estado actual del dolmen tal y como lo conocemos. En la figura superior represento la apariencia original del monumento. Téngase en cuenta que en éstos 5.000 años, probablemente 6.000, la erosión producida por las lluvias, nieves y vientos ha debido de dejar una huella que a estas alturas de la investigación no puedo precisar con exactitud pero que es fácilmente sospechada. Hace 6.000 años se nos presentaba una gran llanura, apenas sin árboles. A lo lejos veríamos una gran construcción, bien acabada, cubierta con finas láminas de pizarra. Algo único para los ojos de lo escasos habitantes de aquellas regiones frías. El monumento, de una altura de 30 metros y con un diámetro de 70 aparecía majestuoso, empequeñeciendo al hombre que lo contempla. Al amanecer, el Sol señalaría un lugar especial, la entrada, posiblemente camuflada. Y cuando caminabas desde su interior hacia el exterior, te recibía el impresionante rostro de forma humana, faz prominente que surgía desde el suelo de la inmensa y solitaria llanura antequerana. Algún que otro año, unos extraños visitantes, tras un complicado ritual, se acercaban y, tras una manipulación de artefactos, abrían aquel vestigio, accediendo a su brillante interior. Entonces comenzaba la ceremonia.
Esta imagen que he intentado reproducir es de fácil intuición si nos alejamos lo suficiente del lugar. A un kilómetro de distancia, por ejemplo, observaremos una protuberancia en el terreno que destaca sobre todo lo demás. Sólo unos cipreses colocados recientemente, impiden revivir la imagen ancestral. Me ha resultado hasta el momento imposible demostrar la apariencia original del monumento en aquellos tiempos. ¿Se acumuló tierra sobre él de forma anárquica o se pretendió conseguir una figura geométrica concreta? Todo apunta al segundo extremo. Una vista aérea del terreno nos da la respuesta, al menos aparente. El aspecto, como hemos comentado, debía ser perfectamente circular. Sin embargo estoy en condiciones de poder afirmar que su aspecto original pudo ser piramidal, de cuatro lados perfectamente alineados. Esta afirmación, que puede parecer frívola, será complementada con los estudios realizados en Viera y el Romeral y podrían ser concluyentes si dispusiera de algunos medios que, posiblemente en unos años, estén a mi alcance.
A esta altura de la tesis cabe resaltar un último e importante apunte referente a «Menga». El monumento presenta una característica inusual. No existen pinturas, o restos de ellas, en todo el monumento. Sin embargo, a un metro de la entrada, a la izquierda y casi a tres metros de altura, destacan cinco incrustaciones en la piedra. Los arqueólogos las han definido como figuras «antropomorfas». Efectivamente, dos de ellas podrían representar a hombres con los brazos en alto propio del arte prehistórico esquemático, inusual en el sur peninsular. Otras dos representan cruces, demasiado esquemático a mi parecer para representar a una persona. La última es clara, deliberadamente nítida. La primera impresión es que se trata de una estrella de cinco puntas, que parece señalar a los otros dos, ¿o cuatro?, dólmenes. Permítame el lector una breve meditación: «antes de conocer la existencia de aquellas figuras saque unas fotos del lugar. Al revelar el carrete se distinguía claramente la existencia de esos objetos. Tras posteriores visitas efectivamente he comprobado que existían y están registradas por diferentes autores en sus obras. Pero en aquella foto también existe otra imagen, más extraña y no registrada. El celo de los vigilantes me ha impedido por el momento comprobarlo sobre la piedra.» Hemos tratado ya el hecho de que el astro rey incidía cada mañana en la entrada de nuestro «templo» pero hay que señalar que, según cálculos bastante aproximados, la constelación de Orión sería visible desde la entrada al surgir por el horizonte. Pero dejemos ésta coincidencia para más adelante.
Varias de las losas que forman la techumbre pesan un mínimo de 180 toneladas.


El dolmen de Viera:
A setenta metros de distancia de Menga encontramos un nuevo y fascinante dolmen. Catalogada como tumba de corredor, es de los de mayores dimensiones conocidos, de este tipo. Está formado por un pasillo con puertas horadadas en su principio y final, dando esta última acceso a lo que se supone fue una cámara funeraria. El corredor conserva intacto un tramo formado por ocho ortostatos y cubierto por cuatro cobijas. La longitud total, medida personalmente, es de 12 metros y tiene una altura de 1.70 metros aproximadamente. El último tramo, de casi seis metros, está muy deteriorado. El corredor se cierra con una piedra con hueco labrado. Tanto éste dolmen como el de Menga se conocieron ya saqueados. El escaso material que proporcionó su excavación lo fechan hace 4.500 años. Según las indagaciones realizadas y aún no concluidas, no hay pruebas de enterramiento en ella. Sólo el Museo Arqueológico de Madrid, parece poseer restos humanos procedentes de esa zona. Ricamente ataviado y rodeado de sus pertenencias, podría haber pertenecido a esta «tumba», pero por el momento no se ha podido concretar éste extremo. Hemos de tener en cuenta, para hacer frente a la verdad, que dichas construcciones son conocidas, históricamente hablando, desde el siglo XVII. Saqueos y usurpaciones se han producido hasta hace tan solo 20 años. De hecho, en 1904 cuando son descubiertos los dólmenes de Viera y El Romeral, ya se encontraban expoliados. Como hemos dicho la parte del corredor se conserva intacta y está formada por cinco grandes losas, cuatro forman las paredes y una cobija al mismo nivel que el corredor. No se han hallado inscripciones en Viera, pero un examen concienzudo de la entrada, al menos de las losas que se mantienen en pié, nos descubre un nuevo misterio: se trata de varias perforaciones realizadas en la inmensa piedra, perfectamente circulares que varían entre uno y cinco centímetros de diámetro y de una profundidad de hasta diez centímetros. Interrogué a diversos arqueólogos de la zona, a los propios bedeles y ninguno supo contestarme. Lo que sí aseguraban es que no se habían sido realizadas por los descubridores sino que siempre han estado allí. ¿Qué nos señala esas perforaciones? Muy posiblemente fueron marcas realizadas por «astrónomos» de aquellos tiempos que dibujaron en la dura roca la posición de los astros que, en los solsticios y equinoccios, señalaban el mágico templo.

“Viera” se halla orientada al Este, justo en el un ángulo contrario que la cercana Menga, orientado hacia el amanecer del Sol en los equinoccios. La luz, al igual que Menga, ilumina su interior pero solo los días 20 y 21 de marzo y 22 y 23 de septiembre. El del astro rey incide hasta el final del largo pasillo, haciendo resplandecer la cámara final del impresionante templo, marcando en la piedra el centro de los recorridos extremos del Sol entre los solsticios de verano e invierno. Pese ha haber sido construida quinientos años después, su terminación es perfecta. Los bloques, de menor tamaño que la anterior, se hallan perfectamente encajados los unos con los otros, de forma milimétrica. Resulta paradójico escuchar hablar a algunos autores de la excelencia de las uniones en las pirámides y en las construcciones incaicas y pasar por alto el perfecto acabado en el corte y en el transporte de nuestro cercano «templo».

Si como suponen los investigadores el Dolmen de Viera se trato de una tumba, ésta fue individual. La importancia del «ser» que allí fue enterrado debió ser sobrenatural, más también vino de lejos, teniendo en cuenta los escasos asentamientos prehistóricos en cuanto a populosos se refiere encontrados en la zona para aquellas fechas. ¿Existió un matiz astronómico en la orientación de Viera? Como acabamos de señalar existe una oposición drástica con relación al dolmen de Menga. Pues efectivamente. En este caso, y aún por increíble que parezca, la constelación de Orión desaparecía exactamente por ese punto en el solsticio de verano. Es imposible para éste autor, por el momento, determinar que estrella era la que exactamente incidía en su ocaso sobre la puerta sellada de nuestro «templo». Un programa informático avanzado y mediciones precisas sobre el terreno, no sólo determinaran esa cuestión sino que también podrán datar con exactitud su construcción.
Viera se encontró así mismo cubierto por un túmulo de arcilla, que aún en nuestros días se conserva. Si en el caso de Menga la erosión ha hecho mella en sus dimensiones originales aún habiendo estado compuesta también de piedras ¿cuánto mayor habrá sido la erosión en el túmulo de tierra fina que cubre Viera?
El Dolmen del Romeral:
Hemos dejado de lado algunas apreciaciones complementarias de los dólmenes de Menga y Viera y nos desplazamos dos kilómetros para dedicar un espacio a éste último monumento Calcolítico. Cuando entramos allí por primera vez sentimos una extraña sensación de aislamiento. El mundo parece detenerse…, el silencio se apodera del espacio y aparece ese olor mágico que sólo en ocasiones muy especiales se puede sentir. Los pelos se erizan como si existiera una fuerte energía eléctrica. Cuando por segunda, tercera y sucesivas veces volvemos a entrar, esas sensaciones en vez de velarse como miedo infantil, se hacen aún más fuerte. ¿Qué ocurre en «El Romeral»?

Cuando por primera vez saque la brújula bajo la gran cúpula no lo pude creer. Giraba y giraba sin indicar rumbo. Al cambiar de posición ésta se detiene y nos indica que se encuentra orientada al norte. Éste dolmen está considerado el más antiguo en utilizar la falsa cúpula, de tipo tholos. El corredor es de forma trapezoidal. Está formado por varias cámaras. La primera de ella es de forma circular y está cerrada por una gran losa. En el otro lado se abre la entrada a la segunda cámara, también de planta circular pero de dimensiones menores y cubierta por otra gran losa. Estas oscilan entre un peso de 25.000 y 30.000 kilos cada una. Allí, a 20 centímetros del suelo hay una losa empotrada en la pared, donde se encontró parte del ajuar del dolmen. Todo el conjunto está, una vez más, cubierto por un gigantesco túmulo, cuyo punto mas alto coincide con la mayor de las cámaras. Los autores la datan con una antigüedad de 4.000 años. En cuanto a sus dimensiones nos encontramos en el mismo caso anterior: la destrucción de parte del corredor o entrada principal. Cálculos tomados por éste autor dan diez metros hasta la primera cámara, cuatro metros para la cámara mayor y tres para la menor, cubierta con la «lápida». A estas mediciones debemos añadir 6 metros de corredor destruido por el tiempo que nos da una longitud total del monumento de 28.5 metros. Estas dimensiones, relacionadas con los monumentos anteriormente señalados, responden a una causa que por el momento es imposible incluir en éste trabajo pero que tienen clara significación astronómica para cualquier profano. En la actualidad están siendo estudiadas con detalle por el autor.
En cuanto a otros aspectos astronómicos resaltaremos varios puntos: el primero de ellos es su perfecta alineación hacia en Norte, además su obvia y perpetua hermanación con la Estrella Polar, el segundo su exacta coincidencia en verano con el paso por el horizonte de la principal estrella de la constelación de la Osa Mayor, y por último su perfecta orientación hacia el conjunto dolménico de Menga y Viera y la mágica montaña del Torcal. Este último punto fomenta aún más si cabe, la importancia de los conjuntos monumentales anteriormente señalados e indica una fuerte relación con la más antigua, colosal y a la vez desconcertante de las construcciones, la mal llamada «cueva» de Menga.
Relación entre los dólmenes y dólmenes por descubrir
Hasta el momento hemos señalado características individuales de cada una de las construcciones. Hemos vislumbrado cierta relación entre ellas. Hemos reconocido, en una zona concreta de la geografía peninsular, a una cultura que se ha desplazado exclusivamente para construir, durante decenas de años, una obra colosal que perdura con el esplendor de los primeros días. También hemos comprobado ciertas «coincidencias» astrológicas que ponen en entredicho las teorías de estudiosos tradicionales sobre el origen de éstos monumentos. Reconocemos conocimientos impropios de dichas culturas que prácticamente acaban de salir de sus abrigos naturales y se molestan en trasladar toneladas de piedra para construir «templos» que no son útiles para la vida cotidiana. Y hemos comprobado como, el único esbozo que se esculpe en la piedra representa a una estrella de cinco puntas. El autor cree, está convencido, que los conjuntos dolménicos de Antequera, responden a un mapa estelar que nos indica algún acontecimiento inesperado que marco la historia de varias tribus situadas en muy distantes puntos.
El estudio de las inscripciones de Menga, concretamente el de la figura esculpida cercana a la estrella y reflejada en una de las fotografías tomadas, podrían llevarnos hasta África en una relación desconcertante e impropias de una cultura terrestre. Este mapa estelar nos lo descubre la vista aérea de la zona. Una extraña coincidencia de simetría entre la principal constelación efectuada a escala. Estoy convencido de que existen dos dólmenes aún por descubrir situados a varios cientos de metros de los principales. De hecho, observando el terreno, distinguiremos dos colinas en forma de túmulo que destacan sobre la llanura que ronda a todo el paraje. En aquel momento confirmaremos plenamente la hipótesis expuesta.

A modo de conclusión
Los estudios realizados sobre el terreno han sido extremadamente laboriosos, más aún al no contar con la plena autorización de las entidades, y no han sido concluidos. He intentado destapar una misteriosa relación que nos llevaría desde Antequera hasta Egipto pasando por los Millares (Almería), los tholos (Grecia), las misteriosas inscripciones saharaüis e incluso hasta el Nuevo Continente. Sirva el presente trabajo como mera aproximación y sepa el lector que datos y detalles quedan por desvelar.
1. La técnica de seriación permite ordenar los conjuntos artefactuales en una sucesión que luego se aplica para determinar su ordenación temporal. Deben ser objetos de la misma tradición cultural, de la misma función, y la serie obtenida tendrá un valor cronológico relativo que debe ser contrastado con la estratigrafía o las dataciones absolutas. 2. La estratigrafía es la rama de la geología que trata del estudio e interpretación de las rocas sedimentarias, metamórficas y volcánicas estratificadas, y de la identificación, descripción, secuencia, tanto vertical como horizontal, cartografía y correlación de las unidades estratificadas de rocas. 3. Se conoce por termoluminiscencia a toda emisión de luz, independiente de aquella provocada por la incandescencia, que emite un sólido aislante o semiconductor cuando es calentado. Se trata de la emisión de una energía previamente absorbida como resultado de un estímulo térmico. Esta propiedad física, presente en muchos minerales, es utilizada como técnica de datación absoluta.
Alberto Guzmán – Diciembre de 2017 – Adaptación del trabajo ganador del «I Premio Internacional de Investigación» concedido por la revista Karma-7 en 1999.
He actualizado los contenidos ya que el artículo fue escrito en 1999, años antes de que los aspectos astronómicos de los mismos, fueran aceptados por la arqueología moderna.